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18 February 2021

En una nueva investigación publicada en Microbiology & Infectious Diseases, el inmunólogo J. Bart Classen advierte que la tecnología de ARNm utilizada en las vacunas COVID de Pfizer y Moderna podría crear “nuevos mecanismos potenciales” de efectos adversos que podrían tardar años en aparecer.

En 1999, el principal funcionario de la Food and Drug Administration (FDA), el Dr. Peter Patriarca, afirmó como los modernos avances en la tecnología de las vacunas “están superando rápidamente la capacidad de los investigadores para predecir los posibles efectos adversos relacionados con las vacunas“. Patriarca consideró que esto podría llevar a “una situación de resultados inesperados e imprevisibles de las vacunas”.

En un nuevo artículo de investigación publicado en Microbiology & Infectious Diseases, el veterano inmunólogo J. Bart Classen expresa preocupaciones similares y escribe que “las vacunas COVID basadas en  ARN tienen el potencial de causar más enfermedades que la epidemia de COVID-19″.

Desde hace décadas, Classen ha publicado artículos en los que explora cómo la vacunación puede provocar enfermedades crónicas como la diabetes de tipo 1 y 2, pero no de inmediato, sino tres o cuatro años después.

En este último artículo, Classen advierte que la tecnología de las vacunas basadas en el ARN podría crear “nuevos mecanismos potenciales” de eventos adversos relacionados con las vacunas que podrían tardar años en aparecer.

El estudio de Classen establece el potencial de las vacunas de ARN mensajero (ARNm) desarrolladas por Pfizer y Moderna para activar las proteínas humanas para que adopten “configuraciones patológicas”, es decir, configuraciones asociadas con enfermedades neurológicas degenerativas crónicas. Aunque su interés específico se centra en las enfermedades priónicas (afecciones asociadas con versiones mal plegadas de proteínas normales), Classen también describe un grupo de otros mecanismos por los que las vacunas basadas en el ARN podrían dar lugar a “varios otros eventos adversos potencialmente mortales”.

Asegurarse  de que los pacientes comprendan claramente los riesgos -tanto los conocidos como los potenciales riesgos desconocidos– es una parte importante del proceso de consentimiento informado. Esto es especialmente cierto cuando la intervención es experimental y carece de datos de seguridad a largo plazo, como es el caso de las vacunas COVID-19 de Pfizer y Moderna. La FDA aprobó ambas vacunas para su uso generalizado en emergencias basándose en sólo dos meses de datos de ensayos clínicos.

Desgraciadamente, no es inusual que la comunicación de los riesgos por parte de los investigadores sea superficial. En octubre, investigadores de la Universidad de Nueva York y de la Universidad de Tulane informaron de que la información facilitada a los participantes en los ensayos clínicos sobre el coronavirus acerca de un preocupante problema conocido  bajo el nombre de cebado patógeno estaba “lo suficientemente oculto” como para que fuera “una comprensión adecuada del paciente” de los riesgos “improbable”.

Sería interesante saber qué dirían estos investigadores sobre la franca conclusión de Classen de que “la aprobación de una vacuna, utilizando una nueva tecnología de ARN sin pruebas exhaustivas, es extremadamente peligrosa.”

childrenshealthdefense

(Ejército Remanente)

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