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30 September 2020

Debate, lo que se dice debate, hubo poco. Más bien, nada. Material para 'memes', 'gifs', y demás herramientas virales en las que se reduce el debate político en este siglo XXI, tuvimos de sobra. A lo mejor eso es lo que querían los contendientes. O sus campañas. Pero eso es lo que sacamos en limpio del primer debate entre el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el candidato del Partido Demócrata, Joe Biden.

Fue una hora y media en la que no se aclaró nada del programa de los candidatos. Algo, por otra parte, acaso innecesario cuando la inmensa mayoría de los estadounidenses ya han decidido a quién van a votar en unos comicios que son, más bien, un referéndum sobre Donald Trump. Al final, todo se reduce a la preclara frase de Juanito, el jugador del Real Madrid, a los jugadores del Inter de Milán: "Noventa minuti son molto longos".

Normalmente, el impacto real de los debates en las elecciones es más moderado que la atención mediática que reciben. O eso dicen los expertos, que son los mismos que dijeron que Hillary Clinton tenía ganadas las elecciones en 2016, que en el referéndum del Brexit iba a ganar el 'No', y que el plebiscito de paz de Colombia de ese mismo año iba a dar un voto abrumadoramente favorable al proceso de paz.

Así que, tal vez, los debates sí importen. Y más este año. Porque estamos en unas elecciones sin parangón, que se celebran en medio de una pandemia que prácticamente ha impedido que haya campaña. Así que en estos noventa minutos, acaso muchos estadounidenses hayan aclarado sus ideas. Sería un milagro, porque aquello tuvo más de ataques personales que otra cosa. Si no se ha producido el milagro, el dicamente está claro: "El gran perdedor ha sido el pueblo estadounidense, que sale de este cruce de reproches sin saber cuál es el plan a medio, corto y largo plazo. Si ayer la polarización era ya récord, hoy va a ser mayor", explicaba a ELMUNDO.es Alejandro Ibáñez Gómez, del think tank Baker Institute de la Universidad Rice, en Houston (Texas) y entrenador internacional de debate.

En todo ese rifirrafe, el mayor damnificado fue, sin duda, un hombre de 72 años llamado Chris Wallace. A él le tocó ser el moderador del debate, organizado por la cadena de televisión Fox News. Aunque Wallace tiene fama de ser un entrevistador relativamente duro, lo que vivió ayer en la Universidad del Estado de Ohio fue, probablemente demasiado para él. La razón: Donald Trump decidió que él no iba a respetar su turno de palabra, sino, más bien, a hablar cuando le diera la santa gana.

Y ahí empezó el calvario de Wallace. Ya en el minuto 13, cuando le dijo a Trump: "Soy el moderador de este debate, y le agradezco que me deje hacer mi trabajo". En el minuto 19 ya no podía más: "Señor presidente, ¿me puede dejar hablar?" Trump apisonó al moderador, hasta el punto de llegar a auto-otorgarse una respuesta extra pese a que el resignado periodista le decía "usted ya ha consumido sus dos minutos". El final fue glorioso, con Wallace despidiéndose de la audiencia por encima de la voz de Trump, que parecía haber decidido que él no se callaba así se acabara el debate.

Biden, que se dirigió a menudo a la cámara, y articuló algunas ideas políticas en áreas como la lucha contra el Covid-19 o la economía, fue más consistente. El candidato demócrata también demostró que mantiene una buena agilidad mental, algo que ha sido cuestionado constantemente por la campaña de Trump. Pero, entre interrupción e interrupción, Biden, que es famoso por sus 'prontos', entró al trapo de Trump en más ocasiones de lo que sus asesores, sin duda, le habían recomendado.

Acaso a Trump no le pasara más que lo habitual en todo inquilino de la Casa Blanca en el primer debate para una reelección: que está desentrenado. A fin de cuentas, en 2012, el primer encuentro entre Barack Obama y Mitt Romney fue una victoria sin paliativos del segundo. Obama se recuperó. Y es probable que Trump mejore su actuación en los próximos dos debates con Biden el mes que viene.

LA ESTRATEGIA DE TRUMP

Porque la estrategia de Trump de interrumpir no era para articular nada, sino solo para rebatir y agredir verbalmente a Biden y celebrar su gestión. Eso desafía las reglas de los expertos - los mismos que dijeron que Hillary ganaba de calle - pero al presidente le ha funcionado fenomenalmente bien. Así es como moviliza a su base. Y, aunque ayer su actuación decepcionara a los tertulianos... es una estrategia de éxito probado.

Así se produjeron momentos rayanos en lo cómico, con Trump diciendo "Déjame que te haga callar", y éste respondiendo, "¿Te puedes callar, hombre?". A veces, Trump pasó a tener un tono agresivo en el sentido literal de la palabra, como cuando dijo a Biden, en tono desafiante, "no uses la palabra "listo" conmigo", y Biden cayó en el insulto ante la enésima interrupción de Trump cuando aún no habían pasado quince minutos de debate: "Deja de ladrar, hombre"

Apenas hubo momentos memorables. Aunque sí hubo algunas frases notables. "He pagado millones de dólares en impuestos", respondió Trump a la información del 'New York Times', publicada el domingo, de que no ha tenido que pagar impuestos durante la mayor parte de las últimas dos décadas, y que solo pagó 750 dólares (639 euros) en 2016 y 2017. La respuesta de Biden fue previsible: "Muéstrenos su Declaración". Pedir eso a Trump, es pedir un imposible.

Hubo instancias más serias. En uno de los pocos pasajes que serán recordados del enfrentamiento verbal (llamarlo debate sería una hipérbole), Trump se negó a condenar a los grupos racistas violentos blancos que han aumentado su presencia como consecuencia de las manifestaciones, disturbios y saqueos de simpatizantes del movimiento Black Lives Matter.

El presidente eludió la pregunta, hasta que Wallace y Biden le sugirieron varios grupos. Finalmente, Trump seleccionó uno de los que había mencionado el candidato demócrata, la organización neonazi 'Proud Boys' ('Chavales Orgullosos') y se limitó a decir: "'Proud Boys', quedaos quietos y quedaos fuera. Pero te voy a decir algo - dijo, mirando a Biden - alguien va a tener que hacer algo sobre los grupos antifascistas y de izquierda, porque éste no es un problema de la derecha".

Efectivamente, las tensiones raciales entre blancos y negros (aproximadamente el 73% y el 14% de la población, respectivamente) se han agravado en los últimos cuatro meses. El Partido Demócrata se ha alineado totalmente con los segundos, siguiendo una idea que Biden resumió al afirmar que Trump lanza "racistas subliminales". El resultado ha sido una tremenda polarización de la sociedad de Estados Unidos, y una retórica guerracivilista en estas elecciones.

Uno y otro repitieron, así, sus mensajes. Trump es racista, según Biden. Biden es un socialista, según Trump. Es algo que el candidato demócrata negó vehementemente al afirmar que "Yo derroté al socialista", en referencia al autoproclamado socialista demócrata Bernie Sanders, su rival más duro en las primarias. Y Trump volvió a decir que, si pierde, es porque ha habido fraude, aunque no dio argumentos que apoyen esa afirmación.

Hubo momentos más espectaculares. El presidente dijo que, cuando recomendó en la Casa Blanca al público que se inyectara lejía para combatir el coronavirus, "lo decía sarcásticamente" (la lejía puede matar a quien se la inyecte). Está Joe Biden insistiendo en que el presidente "no tiene un plan", y que "este hombre paga 750 dólares de impuestos". Y están los cruces de insultos. Minuto 9, de Trump a Biden: "Eso no es cierto". Minuto 10, de Biden a Trump: "Eso es sencillamente mentira".

Así, la hora y media se hizo eterna. Parece improbable que un solo votante haya cambiado de opinión tras el debate. Por si eso fuera poco, un dato: gracias al sistema de voto anticipado existente en Estados Unidos, ya han votado casi un millón de personas. Así, para casi el 1% de los que ya han entregado sus papeletas, el debate no cambió nada. Acaso tampoco lo haga para los otros 130 o 140 millones que quedan por votar.

(El Mundo)

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